martes, 8 de septiembre de 2009

02 de septiembre...

Las pocas nubes del horizonte hacen que la puesta de Sol no pueda ser más bella de lo que ya es mientras desaparece jugueteando con sus rojizas luces entre los abetos que cercan el inmenso jardín de la casa. Nuestros pies rozan tímidamente el agua del estanque mientras nuestros ojos se eclipsan ante una visión tan hechizante. Apoyo mis manos en el césped y tú tu cabeza contra mi pecho. Estás tranquila, puedo sentirlo. Te relajan los latidos de mi corazón que cada vez van acelerándose. Sin duda eres un ángel, o eso pienso, y has decidido contemplar la imagen más preciosa junto a mí. Tomas mi mano entre las tuyas.

La noche ya es oscura pero seguimos inmóviles, ahora es la Luna la que decide eclipsarnos con su reflejo sobre el agua. Y entonces sucede. Una gota me acaricia la cara. Le siguen muchas más que comienzan a inundar nuestras ropas. ¿Has bailado alguna vez bajo la lluvia iluminada por una perfecta Luna llena? Yo si, contigo. Un vals. Un piano de cola invisible hace que cada gota sea una nota y la composición sea la más bella sinfonía jamás escuchada. Imperceptible. Para nosotros no.

La música sigue sonando pero estamos sentados bajo el porche trasero de la casa, el que da al jardín, en la gruesa barandilla, contra una columna. Que interesante resulta mirar un mismo punto durante horas y que cada minuto parezca algo diferente, algo más bello. Tú logras que todo lo que vea sea más bello, incluso lo más insignificante.

Ya es tarde, hora de despedir el día y tratar de dormir para dar paso a uno nuevo. Esto no es un sueño, quizás el principio, pero no el fin. Te deseo una buena noche ante la gran escalinata central. Subes paso a paso por la alfombra roja. Te contemplo desde abajo como si no existiera nada más en absoluto, como si fueras una figura iluminada por un foco dorado en un lugar oscuro. Entonces te giras y pronuncias esas dos palabras.



Vuelve cuando quieras, aquí siempre eres bienvenido...

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