Pasaban unos pocos minutos de la media noche pero ella seguía leyendo a la tenue luz de la lámpara del escritorio. Desde su habitación, en el piso de arriba, se contemplaba la ciudad iluminada de naranja, pero los pinos a su alrededor hacían de aquella casa un lugar tranquilo, apacible.
Aquella noche la lluvia y la niebla a penas permitían distinguir las luces de la noche, y el viento componía una extraña melodía entre los árboles. Entonces se oyó. Era otra vez aquel silbido sordo, apenado, como un llanto, que por un segundo cortó el aire.
Ella interrumpió su lectura para asomarse por la ventana. La noche era profunda, pero unos instantes después pudo reconocer aquella enorme y majestuosa figura animal, en un borde del claro, aullando a la única Luna que brillaba esa noche...
miércoles, 3 de febrero de 2010
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